Robotín de Google

10 de julio de 2014

El adulto es un niño con dinero




Me gusta comentar la anécdota de aquel hombre que dijo que, el día en que no pudiese montar a caballo por sus propios medios, ya habría descubierto el momento de quitarse la vida.
Hay un momento de la vejez en que uno no se vale por sí mismo, uno es como un bebé de nuevo.
Se piensa poco en todo lo que los abuelos se parecen a los bebés y, más allá de posiciones moralistas y de cuadros lacrimógenos de familias de tres generaciones compartiendo felices una vida tranquila, hay que considerar esa semejanza desde una perspectiva sociológica.

Tanto unos como otros son parte improductiva de la sociedad. Tampoco es que hoy en día se necesiten excesivos productores y las condiciones (y la demanda) de trabajadores poco cualificados a los que se les pide realizar una tarea mecánica de creación material (agricultura, fabricación en cadena...) es suplida en su mayor parte por máquinas que hacen el mismo trabajo mil veces más rápido y por mil veces menos dinero. Así, quizá a todos nos represente igual eso de que no somos un segmento de la sociedad productivo.

Pero si nos quedamos con esa visión, es cierto, ni los niños ni los más mayores son escuchados. A los unos se les escucha con simpatía burlona mientras que a los otros se les presta atención solo cuando conviene. No creo que la experiencia sea un grado. Esta sociedad no está creada a partir de la experiencia (me refiero a la experiencia histórica). La única experiencia acumulativa y no redundante es la experiencia científica más estricta pero eso no se puede aplicar a nuestro mundo social. Hoy en día no se valora al empleado con más experiencia sino que no se valora a ninguno. Se valora (dentro de la sociedad, desde los programas esos de por las mañanas en los que aparecen constantemente psicólogos diciéndonos lo mucho que tendríamos que cambiar y lo bueno que sería para nosotros ser más creativos) al que sabe acostumbrarse a nuevos terrenos constantemente, al que sabe reciclarse. Pero las personas no somos así. Las personas fuimos así, bien es cierto, y no tenemos una naturaleza concreta. Pero, si hay alguna "naturaleza" (o modus vivendi) que haya producido más felicidad y bienestar (qué dos palabros más feos, gastados y flatus vocis...) es la naturaleza sedentaria. Los nómadas que crea este mundo son los empresarios de mini-pymes, son aquellas personas que creen que solo el trabajo les va a sacar de su miseria emocional, personal e intelectual. Ni siquiera estas personas tienen la culpa porque es un discurso que no han creado ellas pero que se han comido con patatas.

Los pobres abuelos ya no sirven. Ya está la Wikipedia y nadie les hace caso. Ya están las noticias, la borrachera informativa... no hay espacio para la reflexión ni para la voz de la experiencia. Ya no hay Horacios ni Victor Hugos sino que hay, por el contrario, libros actualísimos con fórmulas gastadas y pretendidas heterodoxias donde solo hay repeticiones estúpidas de clichés manidos (me refiero a las Sombras de Grey, por ejemplo). Desde hace tiempo vengo situándome a favor de la lectura de los clásicos. Que no se lean clásicos se contempla también en la música de hoy en día. Desde The Doors no se escucha en un grupo de masas menciones a la antigüedad grecolatina. Eso es lo que pasa con la senectud, que ya no tiene nada que decir porque está todo dicho. Ya no tiene nada que aconsejar porque los consejos sobran y ya hay expertos de miles de temas. ¿Morriña? Para nada, los tiempos cambian. La atención de los mayores ha sido una muestra de sociedades avanzadas y ya estamos asistiendo a un país (al menos el mío) en que los mayores tienen menos valor, menos apoyo institucional y, por tanto, menos atención y publicidad social.

Los niños son la otra cara de la misma moneda. Se les habla, se les trata, como si hubiese una inocencia y una virginidad a cuidar durante muchos años. El trato a la infancia es estúpido previa estipulación social y así se trasluce en programas tan sosos y llenos de lugares comunes como los que emite Disney Channel (Violetta, etc). Por otro lado, hay una serie de dibujos animados que suponen un choque frontal con lo que, desde hace décadas, se ha consensuado que tiene que ser un dibujo animado. La propagación de los dibujos japoneses, la fusión con otros tipos de arte y, por supuesto, el acceso de los propios niños a toneladas de información, están abriendo brecha donde antes solo había inocencia y desconocimiento. Los padres tampoco sirven para nada, los niños ya son autosuficientes y la institución de la familia ha perdido una de sus razones de ser más fundamentales, a saber, la educación en valores firmes e imperturbables. Ya no se puede meter al niño en un cajón y hacer que pase, ciego y mudo, por el mundo durante sus primeros 18 años de vida.

¿Qué es la mayoría de edad? Otra quimera, otra convención. No se puede discutir al mismo nivel con una persona que se cree esta convención (y el resto de convenciones). Si uno niega la mayor (que no se es maduro a ninguna edad, que o bien es un proceso sin fin o bien es una patraña) entonces todos somos igualmente valorables como individuos independientemente de nuestra edad biológica.

Ya tengo 23 años y he dejado de ser un niño, por eso puedo comenzar a creerme aquello de que lo que diferencia a un adulto de un niño es la legislación y el dinero: El adulto es un niño con dinero.

Un saludo.

Francisco Riveira
En Logroño, 10 de julio de 2014.

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