Robotín de Google

6 de julio de 2014

La ciudadanía es un mal invento



Hoy quería hablaros de los intelectuales pero... ¡bah!, intelectual, qué palabra más desgraciada. En Francia ya la abandonaron décadas atrás pero parece que en España ha aguantado bien las sacudidas del tiempo (que cambian significados por otros, que desgastan por exceso de manipulación...). Pero bueno, intelectual es lo que todos podemos pensar. Cada cual pensamos una cosa diferente pero más o menos apuntamos a lo mismo. ¿Apuntamos a través del ejemplo? Me imagino que sí. Decimos: este y aquel son intelectuales. Eso es lo que entendemos por intelectuales. Yo, por no alargarme ni dejarlo de manera muy amplia, me referiré al intelectual de Platón. Hay quien se dedica a estudiar las estructuras y su comunión feliz para que podamos vivir o trabajar bajo un techo: el arquitecto. Hay quien se introduce en los "misterios" de la biología y descubre qué metodologías son más eficaces para eliminar dolencias: el médico.
El intelectual construye otro tipo de edificio y elimina (o, al menos, determina y diagnostica) otro tipo de dolencias. La dolencia que determina el intelectual es la que surge cuando los conceptos han perdido el norte. Se supone que los conceptos tienen que darnos luz sobre todo aquello que nos importa de cara a nuestras vidas. Los conceptos que nos inquietan. No solo los descubren sino que los crean. Así, cualquier periodistucho de la Razón o de 13TV también es un intelectual, en tanto en cuanto crea conceptos. Por eso no hay que alabar al intelectual por el hecho mismo de serlo. Solo hay que definirlo como lo que es: un creador de conceptos, un experto en debatir con ellos y destruir otros.

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¡La casta! ¿No os suena "la casta"? ¿Quién hablaba de "la casta" hace tres años más que los indios para definir su estratificación social? Ese es un ejemplo de creación de conceptos.

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Pero no basta con crear conceptos, como digo, hay que combatir los conceptos perniciosos. Hay conceptos que no ayudan, que emborronan. El concepto de "ciudadano", por ejemplo. Yo estoy en contra de la asignatura "Educación para la ciudadanía" tanto por su definición como por su contenido porque no se está educando a ciudadanos, ni a niños para ser ciudadanos, se les está educando principalmente para seguir siendo igual de borregos que cuando entraron en el colegio, salvo que con concepciones bien aseguradas sobre una supuesta igualdad entre toda la humanidad. Las desigualdades económico-políticas que un palabro como "ciudadanía" no desvelan son aún más importantes que el concepto en sí mismo y lo mucho o poco abarcante que pueda ser. Estamos, además, tendiendo a sociedades donde las ciudades pasan a ser conurbaciones... ¿qué clase de ciudadano es aquel que vive al extrarradio, por ejemplo, de Logroño, que se confunde con otro pueblo como Lardero? ¿Qué clase de estambulense es aquel que vive al otro lado del Bósforo, mientras que lo que se entiende por ciudad -a ojos del turismo, sobre todo- es principalmente la parte oeste?

La historia del término "ciudadano" transcurre desde Aristóteles hasta Habermas. Es una historia bastante desafortunada, por cierto. Ya es bien difícil acotar la "esencia" de las personas por un aspecto en concreto como para acotar su esencia por el lugar geográfico donde viven. No dedicaré ni un esfuerzo a hablar de la esfera pública de Habermas cuando está más que visto que es una separación capciosa y desacertada. ¿Esfera pública y esfera privada cuando ambas se retroalimentan y, en ocasiones, se confunden?

Es un concepto que no me cansaré de discutir. Su historia no es, ni de lejos, tan clara como la del término "persona" o "político". Estos son, qué duda cabe, términos cuya definición se ha visto impuesta por no solo intuiciones trasnochadas impuestas por socialdemócratas, son términos psicológicos (persona), económicos, jurídicos, filosóficos y un largo etcétera... Pero, ¿ciudadanía? ¡Vaya invento más desacertado y facilón!

Abandonemos el pensamiento Alicia...

Un saludo.

Francisco Riveira
En Logroño, 6 de julio de 2014.

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